viernes, 13 de agosto de 2010

Ruta de la Amistad V

Décimo día - De Rongbuk a Zangmu (frontera Tíbet – Nepal)


Todavía no os lo he dicho pero desde un principio soy el encargado de llevar el bote de dinero del grupo, y alguna pifia he hecho ya. La última, esta noche tras venir del trayecto al campo base, cené y me metí vestido con la ropa de montaña en mi saco y tapado con tres mantas sin pagar la cena,así que Miquel tuvo que despertarme para decirme: “oye tío, que no hemos pagado…”.Saqué la mano, le di el bote y al segundo siguiente ya estaba durmiendo. No quería saber nada del bote ni de ninguna otra cosa que no fuera dormir. Pero me duró poco el sueño, porque de pronto Alfredo, que seguía resfriado empezó a gritar y a cagarse en to lo que se menea. Resulta que llovía tanto que a la tienda le salió una gotera que casualmente le caía encima de su “cama”. En seguida vinieron los tibetanos de la tienda de al lado, y se lo llevaron a otra, vete a saber dónde, pero con la que estaba cayendo fuera, que ya era nieve, pensamos que con esa gente estaba en buenas manos. Pero antes de irse, nos taparon a todos con cariño maternal y nos echaron otra manta encima a pesar de que, al menos yo, les decía que no era necesario. Qué bien nos cuidaron.

La noche anterior durante la cena, bebí mucha agua caliente con azúcar, que era la única bebida que teníamos ahí arriba y que viene bien para el mal de altura, y que un eficiente jovencísimo chaval tibetano, se encargaba de que no nos faltara. Así que me pasé la noche con unas ganas de mear tremendas. Digamos que mi noche se centro en eso, en la lucha entre las ganas de mear que tenía y las pocas ganas que tenía si quiera de plantearme salir del saco. Me dolía todo lo que se conoce como aparato urinario, pero aguanté como un campeón hasta que se hizo de día, momento en el cual salí de la tienda corriendo como un loco y tiritando.

La tormenta hacía pensar que iba a ser imposible ver el Everest, sin embargo el amanecer albergaba cierta esperanza. Así que finalmente entró Alfredo que había dormido en algún lugar por ahí, diciendo que nos levantáramos que el Everest se estaba empezando a dejar ver. Pero es tan grande, que tiene espacio para todo, zonas de sol, zonas de sombra, nubes, niebla, claros…y no sabes cuál de estas zonas acabará imponiéndose a las demás. Total, que Alfredo tenía ganas de subir porque la noche anterior le fue imposible, así que no dudé en acompañarle y volver a subir. Pero esta vez sí que pudimos verlo…madre mía que disparate más grande.

Ha sido una de las experiencias más increíbles de mi vida. Creo que todos tenemos lugares especiales por alguna razón, y para mí este es uno de ellos. Desde pequeño, pasaba horas mirando esa zona del planeta en los mapas o en la bola del mundo que me regaló una tía mía. Pasaba el dedo por encima del Himalaya para intentar percibir el relieve. Cuántas horas habré pasado imaginando cómo sería aquello…y lo estaba viendo con mis propios ojos. Se habían cumplido por tanto, los dos objetivos que me planteaba en la primera entrada del blog: respirar el aire fresco de la meseta tibetana y ver el Everest con mis propios ojos.
Era hora de irse y deshicimos el camino girando la cabeza cada dos pasos…qué penica más grande.

Nos subimos en la furgoneta y volvimos por la única carretera que accede a la zona restringida del Everest. Como siempre los niños corrían del campo hacia la carretera con una gran sonrisa y saludándonos diciéndonos “Tashidelé”, que es hola en tibetano. Volvim9os a pasar por Tashi Dzong donde esta vez no vimos el pantalón de moda, pero sí que salieron a nuestro paso unos cuantos niños que se bañaban desnudos en un río enorme.
Continuamos el camino durante el cual pudimos ver el imponente Shisa Pangma, que si bien es algo más bajo que el Everest, es aún más espectacular por estar más aislado y tener por tanto un desnivel mayor. Subimos un último puerto, y a partir de aquí, cambiamos de vertiente himalaya y el de pronto pasamos de la aridez tibetana a un paisaje absolutamente tropical. Seguíamos en Tíbet pero esto ya era otra cosa. La carretera se hizo angosta y empezó la frenética bajada hasta la frontera con Nepal a lo largo del curso de un rio que formaba un cañón profundísimo. Y es que aquí la naturaleza es siempre un poco bestia. La carretera estaba destrozada, al igual que la cabeza de nuestro chofer, que parece que había aprendido el código de circulación de memoria, para saltarse cada uno de los puntos, hablaba por el móvil, adelantaba en línea continua, intentaba atropellar a gente (especialmente a gente china…).Asíque cuandop llegamos a Zangmu, habría besado el suelo si no fuera porque por sus calles empinadísimas bajaba el agua con fuerza.

Sin más, cenamos y nos vamos a dormir. Es nuestra última noche en el Tíbet. Mañana cruzaremos la frontera y volveremos a Nepal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario